El principio de Ockham dice que la explicación más simple suele ser la más probable, pero no la más satisfactoria. Sobre todo cuando urge un titular. Por ejemplo: un ejército de bots al servicio del Kremlin rompe la unidad de España con la ayuda de los famosos hackers Edward Snowden y Julian Assange. Tantas ganas tenía María Dolores de Cospedal de que fuera cierto que se ha dejado trolear por dos humoristas rusos.
Tan ansiosa estaba la ministra de Defensa por llevarle a su premier las pruebas de la injerencia rusa en el procés, que estaba dispuesta a tragarse que Carles Puigdemont es un agente ruso de nombre en clave Cipollino y que el 50% de los turistas rusos de Barcelona son espías conspirando por la anexión de Crimea. Aparte de las risas, la bochornosa conversación ha servido para corroborar una serie de cosas. La primera, que es más fácil hablar con la ministra que conseguir que te cambien un router estropeado. La segunda, que el Gobierno español no puede demostrar que Putin juega a los dados con Catalunya. Probablemente, porque no es el caso.
Lo que sí es verdad es que hay ejércitos de bots tuiteando sobre Catalunya, y sobre muchas otras noticias políticas en muchos países. No porque trabajen para Putin, sino porque el nuevo mercado del marketing digital ha contaminado el debate político, ha intoxicado a los medios y está a punto de romper Internet.
Primero: No son bots rusos, son cyborgs mercenarios
Los bots (robots) de Twitter son cuentas automatizadas que hacen tareas mecánicas, generalmente distribuir spam, retuitear mensajes con determinadas palabras o repetir el mismo mensaje con distintas cuentas cuando aparecen ciertos hashtag. Los perfiles falsos son cuentas de nombre inventado y foto robada, manejadas al peso por personas reales (esta técnica se llama sockpuppeting). Los dos son actores habituales en el mundo de la campaña política desde hace tiempo. La evolución natural de ambos es el cyborg, el perfil falso y semiautomatizado que está contaminando las redes y que se cría en las granjas de trolls.
Las granjas de trolls son una especie de call centers donde cientos de personas crean, manejan y monitorizan cientos de miles de cuentas cyborg. No son hackers, porque no hace falta. Son publicitarios, periodistas y vendedores en paro, pero también estudiantes y amas de casa en apuros. No necesitan ser programadores, solo manejarse en las redes y gestionar un enjambre de cyborgs en distintas misiones. Su salario depende de su eficiencia, pero no cobran mucho. Es un trabajo precario en una economía brutal.
Si el cliente quiere generar interés en torno a un nuevo producto, el enjambre busca espacios de interés y produce cientos de comentarios positivos y los disemina rápidamente por medios, foros y tiendas online. Si el cliente quiere deshacerse de la competencia, el enjambre hace lo mismo pero para difamar. El enjambre ataca en grupo: los perfiles falsos se enlazan y se dan la razón unos a otros, tanto para defender un producto como para destrozar a un rival con abusos verbales o acabar con un tema a base de provocación.